25/9/07

Gabriel Zaid (México, 1932)


Canción


En unos ojos abiertos,
olvidado, me di alcance.
Hoy me esquivan y no sé
ni perderme, ni encontrarme.


Canción de seguimiento

No soy el viento ni la vela
sino el timón que vela.

No soy el agua ni el timón
sino el que canta esta canción.

No soy la voz ni la garganta
sino lo que se canta.

No sé quién soy ni lo que digo
pero voy y te sigo.


Circe


Mi patria está en tus ojos, mi deber en tus labios.
Pídeme lo que quieras menos que te abandone.
Si naufragué en tus playas, si tendido en tu arena
soy un cerdo feliz, soy tuyo, mas no importa.
Soy de este sol que eres, mi solar está en ti.
No quiero más corona que el laurel de tus brazos.


Alucinaciones

Él vio pasar por ella sus fantasmas.
Ella se estremeció de ver en él sus fantasmas.

Él no quería perseguir sus fantasmas.
Ella quería creer en sus fantasmas.

Montó en ella, corrió tras sus fantasmas.
Ella lloró por sus fantasmas.


Práctica mortal

Subir los remos y dejarse
llevar con los ojos cerrados.
Abrir los ojos y encontrarse
vivo: se repitió el milagro.

Anda, levántate y olvida
esta ribera misteriosa
donde has desembarcado.


Elogio de lo mismo

¡Qué extraño es lo mismo!
Descubrir lo mismo.
Llegar a lo mismo.

¡Cielos de lo mismo!
Perderse en lo mismo.
Encontrarse en lo mismo.

¡Oh, mismo inagotable!
Danos siempre lo mismo.


Tarde en cámara lenta

Tu cuerpo, el mundo, corre.
Mis ojos, el mundo, también.
Nadie ama dos veces con los mismos ojos.
Contemplar: confluir.


Sol en la mesa


Dios está aquí.
Perdido en el abismo
de un vaso de agua
demasiado visto.

Dios está aquí.
La brisa, el sol, la mesa,
no son Dios. mis ojos,
no son Dios.

Dios está aquí.
Se movió la ventana,
y el Espíritu Santo
bailó en un vaso de agua.


De Reloj de sol, México: CONACULTA, 1996.

24/9/07

Gloria Gervitz (México, 1943)


Sh
ajarit (Fragmentos)

La memoria, donde se la toque, duele
Giorgios Seferis


El agua en su silencio de raíz
En su oscura lentitud de raíz
Se abre temblando

El día se bifurca
Los árboles se llenan de aire y de ruido
El cielo se hunde en la luz

Quedan las palabras

* *

En las migraciones de los claveles rojos donde revientan cantos de aves picudas
y se pudren las manzanas antes del desastre
Ahí donde las mujeres se palpan los senos y se tocan el sexo
en el sudor de los polvos de arroz y de la hora del té
Flujo de enredaderas a través de lo que siempre es lo mismo
Ciudades atravesadas por el pensamiento
Miércoles de ceniza. La vieja nana nos mira desde un haz de luz
Respiran estanques de sombras, llueve morados casi rojos
El calor abre sus fauces
Abajo, la luna se hunde en la calle
y una voz de negra, de negra triste, canta. Y crece
Incienso de gladiolas, barcas
Y tus dedos como moluscos tibios se pierden adentro de mí
Estamos en la fragilidad de la corteza del otoño
En el parque rectangular
en la canícula, cuando los colores claros son los más conmovedores
Después de Shajarit
olvidadas plegarias, ásperas
Nacen vientos levemente aclarados por la oración, bosques de pirules
Y mi abuela tocaba siempre la misma sonata
Una niña toma una nieve en la esquina de una calle soleada

[...]

Y mi abuela me dijo a la salida del cine
sueña que es hermoso el sueño de la vida, muchacha
Bajo el sauce inmerso en el verano sólo la impaciencia se demora
Dóciles nubes descienden hacia el silencio
El día se disipa en el aire caliente
Estalla el verde dentro del verde
Bajo el grifo de la bañera abro las piernas
El chorro de agua cae
El agua me penetra
Es la hora en que se abren las palabras del Zóhar
Quedan las preguntas de siempre
Me hundo más y más
La luz late desordenadamente
En el vértigo del Kol Nidrei antes de comenzar el gran ayuno
En los vapores azules de las sinagogas
Después y antes de Rosh Hashaná
En el color blanco de la lluvia en la Plaza del Carmen
mi abuela reza el rosario de las cinco
y al fondo precipitándose
el eco del Shofar abre el año
En las vertientes de las ausencias al noreste, en el estupor
desembocan las palabras, la saliva, los insomnios
y más hacia el este me masturbo pensando en ti
Los chillidos de las gaviotas. El amanecer. La espuma en el azoro del ala
El color y el tiempo de las buganvilias son para ti. El polen quedó en mis dedos
Apriétame. Madura la lluvia, tu olor
de violetas ácidas y afiebradas por el polvo
las palabras que no son más que una oración larga
una forma de locura después de la locura
Las jaulas donde se encierran los perfumes, las alegrías interminables
la voluptuosidad de nacer una vez y otra, éxtasis inmóvil
Muévete más. Más
Pido mucho. Eres más bella, más aterradora que la noche
Me dueles
Fotografías casi despintadas por la fermentación del silencio
Corredores abiertos
Tu respiración aplasta el verano

[...]

En los lavaderos del sueño desde donde se desprende ese vaho
de entrañas femeninas inconfundible y anchuroso
te dejo mi muerte íntegra, intacta
Toda mi muerte para ti
¿A quién se habla antes de morir? ¿dónde estás?
¿En qué parte de mí puedo inventarte?

[...]



De Migraciones, México: FCE, 2002.

19/9/07

Antonio Porchia (Argentina, 1886-1968)


Voces


Hieres y volverás a herir. Porque hieres y te apartas. No acompañas a la herida.


*

Y si el amor es el amor perdido, ¿cómo encontrar el amor?


*

Ser alguien es ser alguien solo. Ser alguien es soledad.

*

Estar en compañía no es estar con alguien, sino estar en alguien.


14/9/07

José Carlos Becerra (México, 1937-1970)

Oscura palabra

A mis hermanas

Mélida Ramos de Becerra
(Muerta 6 de septiembre de 1964)

1

Hoy llueve, es tu primera lluvia, el abismo deshace su rostro. Cosas que caen por nada. Vacilaciones, pasos de prisa, atropellamientos, crujido de muebles que cambian de sitio, collares rotos de súbito; todo forma parte de este ruido terco de la lluvia.

Hoy llueve por nada, por no decir nada.

Hoy llueve, y la lluvia nos ha hecho entrar en casa a todos, menos a ti.
Algo se ha roto en alguna parte. En algún sitio hay una terrible descompostura y alguien ha mandado llamar a unos extraños artesanos para arreglarla. Así suena la lluvia en el tejado. Carpinteros desconocidos martillean implacables.

¿Qué están cubriendo? ¿A quién están guardando?
¡Qué bien cumple su tarea la lluvia, qué eficaz!

Algo se ha roto, algo se ha roto. Algo anda mal en el ruido de la lluvia. Por eso el viento husmea así; con su cara de muros con lama, con sus bigotes de agua. Y uno no quiere que el viento entre en la casa como si se tratara de un animal desconocido.

Y hay algo ciego en el modo como golpea la lluvia en el tejado. Hay pasos precipitados, confusas exclamaciones, puertas cerrándose de golpe, escaleras por donde seres extraños suben y bajan de prisa.

Esta lluvia quién sabe por qué. Tanta agua repitiendo lo mismo.

La mañana con su corazón de aluminio me rodea por todas partes; por la casa y el patio, por el norte y el alma, por el viento y las manos.

Telaraña de lluvia sobre la ciudad.

Hoy llueve por primera vez, ¡tan pronto!

Hoy todo tiene tus cincos días, y yo nada sé mirando la lluvia.

[11 de septiembre de 1964, Villahermosa]


2

Te oigo ir y venir por tus sitios vacíos,
por tu silencio que reconozco desde lejos, antes de abrir la puerta de la casa
cuando vuelvo de noche.
Te oigo en tu sueño y en las vetas nubladas del alcanfor.
Te oigo cuando escucho otros pasos por el corredor, otra voz que no es la tuya.
Todavía reconozco tus manos de amaranto y plumas gastadas,
aquí, a la orilla de tu oceáno baldío.

Me has dado una cita pero tú no has venido,
y me has mandado a decir con alguien que no conozco,
que te disculpe, que no puedes verme ya.

Y ahora, me digo yo abriendo tu ropero, mirando tus vestidos;
¿ahora qué les voy a decir a las rosas que te gustaban tanto,
qué le voy a decir a tu cuarto, mamá?

¿Qué les voy a decir a tus cosas, si no puedo
pasarles la mano suavemente y hablarles en voz baja?

Te oigo caminar por un corredor
y sé que no puedes voltear a verme porque la puerta,
sin querer, se cerró con este viento
que toda la tarde estuvo soplando.

[14 de septiembre de 1964. Villahermosa]


3

En el fondo de la tarde está mi madre muerta.
La lluvia canta en la ventana como una extranjera que piensa con tristeza
en su país lejano.
En el fondo de mi cuarto, en el sabor de mi comida,
en el ruido lejano de la calle, tengo a mi muerta.
Miro por la ventana;
unas cuantas palabras vacilan en el aire
como hojas de un árbol que se han movido
al olfatear el otoño.

Unos pájaros grises picotean los restos de la tarde,
y a hora la lluvia se acerca a mi pecho como si no conociera otro camino
para entrar en la noche.

Y allá, abajo, más abajo,
allá donde mi mirada se vuelve un niño oscuro,
abajo de mi nombre, está ella sin levantar la cara para verme.
Ella que se ha quedado como una ventana
que nadie se acordó de cerrar esta tarde;
una ventana por donde la noche, el viento y la lluvia
entran apagando sus luces
y golpeándolo todo.

[28 de octubre de 1964, México]


4

Esta noche yo te siento apoyada en la luz de mi lámpara,
yo te siento acodada en mi corazón;
un ligero temblor del lado de la noche,
un silencio traído sin esfuerzo al despertar de los labios.

Siento tus ojos cerrados formando parte de esta luz;
yo sé que no duermes como no duermen los que se han perdido en el mar,
los que se hallan tendidos en un claro de la selva más profunda
sin buscar la estrella polar.
Esta noche hay algo tuyo sin mí aquí presente,
y tus manos están abiertas donde no me conoces.

Y eso me pertenece ahora;
la visión de esa mano tendida como se deja el mundo que la noche no tuvo.
Tu mano entregada a mí como una
adopción de las sombras.

[20 de diciembre de 1964, México]


De El otoño recorre las islas, México: ERA, 1973.

5/9/07

Mirta Rosenberg (Argentina, 1951)

La inconstancia

No estamos de acuerdo en todo. Nuestro amor,
decimos, no es 'de tan tonta calidad'. Decimos
a cada rato no hay que vivir en la jaula de los monos,
haciendo escalas con las lianas del ascenso individual,
de subida exclusiva,
sin atender a la melodía elíptica del organillero.


No hay que vivir así, hay que dar
y escuchar otra nota, su descenso melodioso,
su caída impar y no
un ejército de monos oponiendo
eñ pulgar a cualquier cosa. Me opongo
a eso, pero entonces decís,
con la sensatez de quien ama menos de dos,

nada es tan terrible.


Pero es terrible y lo siento
y siento que no lo sientas, y sentís,
con la sensatez de quien ama menos de dos,
que todo tiene solución. Y sin duda por suerte
todo se disuelve en esta calma, la de la incomprensión
que sale a comprar un revólver o

para el caso, un reloj.


Y mientras tanto está el alma traspasada
por la comprensión, un calor siempre amarillo,
alimonado, un árbol de palabras del que cuelga el colgado,
el que se entrega a la sucesión, a lo que sucede y no pasa,
al fruto del capullo
de la hoja de la rama

del árbol de palabras.


No hay menos de dos, esas arboledas altísimas
bajo las cuales lavar ropa sucia con discreción.
No presumir de suciedad, tampoco de limpieza.
Tener una cola ancha como el mar
con sus mareas, la historia de durar
sin seguridad, sin saber cómo crece, si crece,

el árbol de que hablamos.


Pero hablamos, hablamos, en escenas
sujetas a la interpretación. 'No puedo ser
la acacia y debería' parece una sentencia,
pero es tan sólo función de la poesía postularlo.
Vi esa acacia, te vi, no puedo quejarme porque
no me viste, estoy vestida y no para una boda,
es toda una alegría postularlo. Amo donde somos dos:
el centro de la tierra, el fondo del mar donde la luz no llega,

donde están los colores más brillantes

si alguien encendiera el reflector.


Allí donde manos, ojos, donde llega sólo
la voz por arrebatos, allí
el árbol ha enraizado.


Estamos de acuerdo un poco. Una incierta
tonalidad de la luz, un breve matiz de la mirada
y cierta felicidad de la ausencia, la más callada, la que hace
que las palabras no desaparezcan y se pierdan
en el follaje nuestro,

el de esta ramas.


El silencio fertiliza. este desierto se vuelve,
de pronto, una llanura soleada donde volvemos
a cambiar de dirección, donde cada serpiente no muestra
su silbido sino la piel que ha mudado y por un tiempo
la hace parecer otra serpiente, que no se desenrosca

del árbol que ya hablamos.


Y ya hablamos. Te quiero muchísimo dijiste
y dije que te amo: el maquillaje de la jaula de los monos
exige una pluma en cada cola prensil
para tener las manos libres, o mejor, un lápiz indeleble
pero nunca un cuchillo en nuestras manos, ni dañar
la corteza bajo cuya superficie -tenemos la esperanza-

fluye nuestra savia.


Te escribo con mi lápiz indeleble
que no tiene marca, aunque yo
esté marcada. Sálvese
en mí la mirada, sálvese la palabra.


De El arte de perder (1998)

***


Mi sufrimiento es uno que no te interesa.
Un grano de arena en el desierto
de tu pena, que es infinita. Por mi parte

creo en la marmita donde cuece
un caldo diferente, y yo no sonrío.
Estoy pendiente de tu gesto, y este estío

da un calor que no parece la pasión. La pasión
es el dolor de la madre, eso que conviene
no creer, pero da mientes. Estés

donde estés al fin tendrás que escucharme.
No darme la razón sino el tesoro del sonido
y la pura vibración de la belleza

que saludo como tuya, como ésa
que no sabe estar pero se queda,
y yo retengo. No te tengo,

quiero decir que me reniegas. Renegada,
soy la nada que subsiste, y en las cláusulas
deseadas voy debida:

me enfermo y me intoxico de tu voz
y digo no a quien nada
me requiera.

De Teoría sentimental (1994)

***


Para evitar la furia, concentrar la mente
y su penuria en el espacio de lo elocuente.
Sería el de la poesía y bastaría,
en realidad, el puro espacio de un cuerpo
inseguro, que desmiente estar allí alimentado
de presente. Un lugar de ausencia se reclama,
de verdad, donde la llama excuse alguna
decepción: una cuestión de tiempo y de tensión
–no de espacio de elocuencia–, de lejía
reservada a la inclemencia del error
y del ensayo. Expuesta al fallo de la ciencia,
la certeza ya no es propia: medir la realidad
por la crudeza de la copia es desvelo
de científico que apena al corazón y,
por prolífico, resiente la sanción y no la llena.

La mente habrá de poner celo en lo indudable
y consuelo en la mentira –moriré pero jamás;
me estanco en lo mutable–, y eso es todo
a lo que aspira, a eso apela. A alguna salvación
de lo inminente en el papel en blanco
que revela lo vaciado del vacío,
y lo concentra y se ve. Si se centra
el resultado, impío, es un antro de fe.

De Madam (1988)

*

De
El árbol de palabras. Obra reunida (1984/2006), Buenos Aires: Bajo la luna, 2006.