5/9/07

Mirta Rosenberg (Argentina, 1951)

La inconstancia

No estamos de acuerdo en todo. Nuestro amor,
decimos, no es 'de tan tonta calidad'. Decimos
a cada rato no hay que vivir en la jaula de los monos,
haciendo escalas con las lianas del ascenso individual,
de subida exclusiva,
sin atender a la melodía elíptica del organillero.


No hay que vivir así, hay que dar
y escuchar otra nota, su descenso melodioso,
su caída impar y no
un ejército de monos oponiendo
eñ pulgar a cualquier cosa. Me opongo
a eso, pero entonces decís,
con la sensatez de quien ama menos de dos,

nada es tan terrible.


Pero es terrible y lo siento
y siento que no lo sientas, y sentís,
con la sensatez de quien ama menos de dos,
que todo tiene solución. Y sin duda por suerte
todo se disuelve en esta calma, la de la incomprensión
que sale a comprar un revólver o

para el caso, un reloj.


Y mientras tanto está el alma traspasada
por la comprensión, un calor siempre amarillo,
alimonado, un árbol de palabras del que cuelga el colgado,
el que se entrega a la sucesión, a lo que sucede y no pasa,
al fruto del capullo
de la hoja de la rama

del árbol de palabras.


No hay menos de dos, esas arboledas altísimas
bajo las cuales lavar ropa sucia con discreción.
No presumir de suciedad, tampoco de limpieza.
Tener una cola ancha como el mar
con sus mareas, la historia de durar
sin seguridad, sin saber cómo crece, si crece,

el árbol de que hablamos.


Pero hablamos, hablamos, en escenas
sujetas a la interpretación. 'No puedo ser
la acacia y debería' parece una sentencia,
pero es tan sólo función de la poesía postularlo.
Vi esa acacia, te vi, no puedo quejarme porque
no me viste, estoy vestida y no para una boda,
es toda una alegría postularlo. Amo donde somos dos:
el centro de la tierra, el fondo del mar donde la luz no llega,

donde están los colores más brillantes

si alguien encendiera el reflector.


Allí donde manos, ojos, donde llega sólo
la voz por arrebatos, allí
el árbol ha enraizado.


Estamos de acuerdo un poco. Una incierta
tonalidad de la luz, un breve matiz de la mirada
y cierta felicidad de la ausencia, la más callada, la que hace
que las palabras no desaparezcan y se pierdan
en el follaje nuestro,

el de esta ramas.


El silencio fertiliza. este desierto se vuelve,
de pronto, una llanura soleada donde volvemos
a cambiar de dirección, donde cada serpiente no muestra
su silbido sino la piel que ha mudado y por un tiempo
la hace parecer otra serpiente, que no se desenrosca

del árbol que ya hablamos.


Y ya hablamos. Te quiero muchísimo dijiste
y dije que te amo: el maquillaje de la jaula de los monos
exige una pluma en cada cola prensil
para tener las manos libres, o mejor, un lápiz indeleble
pero nunca un cuchillo en nuestras manos, ni dañar
la corteza bajo cuya superficie -tenemos la esperanza-

fluye nuestra savia.


Te escribo con mi lápiz indeleble
que no tiene marca, aunque yo
esté marcada. Sálvese
en mí la mirada, sálvese la palabra.


De El arte de perder (1998)

***


Mi sufrimiento es uno que no te interesa.
Un grano de arena en el desierto
de tu pena, que es infinita. Por mi parte

creo en la marmita donde cuece
un caldo diferente, y yo no sonrío.
Estoy pendiente de tu gesto, y este estío

da un calor que no parece la pasión. La pasión
es el dolor de la madre, eso que conviene
no creer, pero da mientes. Estés

donde estés al fin tendrás que escucharme.
No darme la razón sino el tesoro del sonido
y la pura vibración de la belleza

que saludo como tuya, como ésa
que no sabe estar pero se queda,
y yo retengo. No te tengo,

quiero decir que me reniegas. Renegada,
soy la nada que subsiste, y en las cláusulas
deseadas voy debida:

me enfermo y me intoxico de tu voz
y digo no a quien nada
me requiera.

De Teoría sentimental (1994)

***


Para evitar la furia, concentrar la mente
y su penuria en el espacio de lo elocuente.
Sería el de la poesía y bastaría,
en realidad, el puro espacio de un cuerpo
inseguro, que desmiente estar allí alimentado
de presente. Un lugar de ausencia se reclama,
de verdad, donde la llama excuse alguna
decepción: una cuestión de tiempo y de tensión
–no de espacio de elocuencia–, de lejía
reservada a la inclemencia del error
y del ensayo. Expuesta al fallo de la ciencia,
la certeza ya no es propia: medir la realidad
por la crudeza de la copia es desvelo
de científico que apena al corazón y,
por prolífico, resiente la sanción y no la llena.

La mente habrá de poner celo en lo indudable
y consuelo en la mentira –moriré pero jamás;
me estanco en lo mutable–, y eso es todo
a lo que aspira, a eso apela. A alguna salvación
de lo inminente en el papel en blanco
que revela lo vaciado del vacío,
y lo concentra y se ve. Si se centra
el resultado, impío, es un antro de fe.

De Madam (1988)

*

De
El árbol de palabras. Obra reunida (1984/2006), Buenos Aires: Bajo la luna, 2006.

1 comentario:

Anónimo dijo...

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